domingo, 16 de marzo de 2008

Casi otoño...


...y las sierras van mostrando uno que otro manchón amarillo, y las hojas del árbol de mi vereda se disponen a caer y amontonarse en la entrada de casa, donde quedan porque sí, porque me pertenecen, porque me gusta verlas ahí, donde forman como un felpudo mullido que me recibe al pie de la escalera. Nunca las barro ni las levanto, necesito sentirlas debajo de mis zapatos cuando vengo cansada (acá en Río Ceballos, todo está en subida), pisarlas es como un conjuro contra el afuera, el mundo, lo ajeno.
Casi otoño y yo empiezo a meterme hacia adentro, a reencontrarme con la melancolía de los días cortos y el atardecer temprano y la llovizna cayendo sin hacer ruido, como una sombra de tul que envuelve el paisaje. Casi otoño, abrigarme y cruzar a lo de la Elsa (así se dice en Córdoba, “la” fulana, “el” zutano) a tomarme unos mates, o de vez en cuando irme con la Cris a caminar por la orilla del río, o visitarla a Madre y compartir un té con criollos tostados. O una larga charla telefónica con mi hermana o con mi otra Cristina, la Loza, contándonos los entuertos de nuestros personajes y los propios, éstos más difíciles de resolver, a veces. O una merienda de dos horas mano a mano con mi hija; es increíble todo lo que se puede hablar con los hijos, cuando uno quiere. O el silencio, ese silencio de no querer ni poder escuchar, metido hasta los huesos mientras escribo.
Casi otoño, la vida de todos los días pero con menos sol y más ganas de abrazos. Y en el medio, trabajar con los alumnos, con las correcciones, y hacer proyectos a los que no siempre les doy el envión necesario para que se conviertan en realidad; los cientos de bocetos de un dormitorio al fondo del que todavía no puse la piedra fundamental, dan fe de que planes (y planos) hago muchos. Y las novelas que tengo en mente pero sin empezar, también.
¿Para qué apurarse? Si ya es casi otoño y podría quedarme sentada acá, mirando el cielo gris por la ventana, con una taza de café calentándome las manos y el espíritu, por los siglos de los siglos.

viernes, 14 de marzo de 2008

Hasta siempre, Jorge


Bajito y con bigotes, parecía un duende bien alimentado y feliz de la vida. Y lo estaba, seguro; alguien con la capacidad que tenía él de hacer reír a los demás, tiene sí o sí que ser feliz, porque el humor tiene efecto rebote: yo digo el chiste, vos te reís y a mi se me ensancha el corazón, aunque más no sea de gozo por haberte provocado una sonrisa.

Lo conocí en “La noticia rebelde”, un programa de televisión del que me hice adicta hace… qué se yo, más de veinte años. Con Nicolás Repetto, Carlos Abrevaya y el “nono” Adolfo Castelo, que pretendía ser el hombre serio del equipo, hicieron ese humor inteligente y trasgresor que en Argentina tiene y ha tenido buenos representantes y muchos, muchos adeptos.

A veces lo seguí, a veces no; depende de cómo anduviera mi televisor y de por dónde anduviera él, porque nunca tuve TV por cable. Y casi no escucho radio. Pero no lo perdí de vista, porque uno se encariña con la gente que lo hace reír y lo hace pensar.

Me enteré de que era asmático, igual que yo, y de que el último invierno lo había tenido a mal traer. Pero el hombre seguía firme en lo suyo, lleno de proyectos, y en canal 10 de Córdoba salía una propaganda donde se lo mostraba recorriendo América vestido como un explorador, para mostrárnosla.

Me hice el firme propósito de ver ese programa pero no pudo ser, porque no estaba en casa a esa hora, ese día. Y de repente, el miércoles pasado cerca del mediodía, mientras iba en el colectivo para Córdoba, escuché por la radio la noticia que a todos los que lo queríamos nos puso la piel de gallina y nos dejó un poco huérfanos: el duende gordito de bigotes y con cara de hombre feliz, acababa de morir.

Se nos quedó sin aire, vaya paradoja, un hombre que pasaba gran parte de su tiempo “en el aire” de la radio, la televisión. Adolfo Castelo y Carlos Abrevaya lo recibirán con los brazos abiertos en el más allá, o en el cielo, o donde sea que deban encontrarse. Que ironía, los tres murieron casi de lo mismo, problemas pulmonares.

Se nos fue un grande en frasco chico, y lo vamos a extrañar. Hablo de Jorge Guinzburg, claro. ¿De quién, si no?