viernes, 26 de febrero de 2010

Mis cincuenta primaveras


Acaban de llegar para quedarse. Aquí están los cincuenta, el medio siglo, o como diría Miriam, una de mis amigas, “las bodas de oro conmigo misma”.
Hasta ayer era una señora de las cuatro décadas y mirada de fuego al andar, como dice Arjona; a partir de hoy soy una cincuentona, que marcha inexorablemente hacia la tercera edad y a la que ningún poeta le ha dedicado ni siquiera un mísero haiku. Hasta ayer podía ponerme cualquier cosa y pasar junto al espejo sin mirarlo, esquivando su objetividad; a partir de hoy TENGO que mirarme al espejo antes de salir, no vaya a ser que parezca una vieja desubicada vestida de quinceañera.
A los cambios de década anteriores ni los sentí, pero este, el de los cincuenta, en los días previos me pegó tan fuerte que me desnucó. Ni siquiera pude elegir con seguridad lo que me pondría para la celebración. Me hice una camisola onda hippie chic, que es mi estilo favorito, y cuando la terminé me entusiasmé y probé distintas opciones: con jeans desteñidos, con pantalón blanco de señora, con pantalón negro. Mi costado juvenil clamaba por los jeans desteñidos, pero mi conciencia cincuentona se inclinaba hacia el pantalón blanco de señora. Mi costado juvenil me hizo ponerme una tira de la misma tela que la camisola sobre la frente, al mejor estilo “paz y amor” de tiempos idos, pero mi conciencia cincuentona me dijo: “no seas ridícula, hace treinta años que no te ponés una vincha”. El espejo me decía lo mismo, devolviéndome la imagen de una Barbi jubilada disfrazada de chica de los ´70.
Y encima, la nostalgia... la cruda nostalgia de lo que no fue, de lo que pudo ser, de lo que fue lindo pero se terminó, la incoherente nostalgia hasta de lo que ni siquiera sé si me hubiera gustado. Esa nostalgia de los días de lluvia, cuando uno mira por la ventana y siente que se está perdiendo de algo pero no sabe qué.
Sentí que los cincuenta se me habían caído encima todos juntos. Sentí que había vivido pateando metas y sueños hacia el futuro como si fuera inmortal, como si todo lo pudiera hacer mañana. Sentí que mis objetivos tenían plazos tan indefinidos que seguramente se me cumplirían post mortem, al paso que voy. Sentí que la juventud había quedado atrás y que ya no volvería, y que tenía que encarar la vida de otra manera.
Sentí un bajón terrible, hablando en criollo.
Pero finalmente hoy llegó el gran día, triunfaron los jeans y me siento y me veo espléndida. Mañana, y los días siguientes, me reiré de mis cincuenta y seguiré teniendo veinte en el corazón, que es donde hay que tenerlos para ser feliz. Y hasta el día en que me muera le seguiré dando gracias a Dios por todo lo bueno que me trajeron los años: mi hija, la familia, los amigos, la inspiración, la sensibilidad para entender al otro, la capacidad de olvidar y perdonar sin rencores, las ganas de querer y sentirme querida.
Bienvenidas mis cincuenta primaveras, que me han dado tantas flores.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Un libro para mujeres que deberían leer los hombres

Carlos me dejó un comentario muy atinado: que a mi libro, Manual de instrucciones para recién separadas, deberían leerlo los hombres. De hecho, les cuento que algunos lo hicieron (entre ellos mi ex, que fue mi primer fan) y se llevaron una sorpresa: no los considero el malo de la película, y cuando es necesario, hasta los defiendo.
Gracias a la costumbre poco saludable de buscar las culpas siempre afuera, cuando uno se separa tiende a demonizar al sexo opuesto en su conjunto: “los hombres” son TODOS unos hijos de puta, “las mujeres” son TODAS unas histéricas... ¿Quién no lo dijo, o lo escuchó decir, alguna vez?
Pero cuando se nos pasa la calentura inicial, deberíamos darnos cuenta de que es mentira eso de que “para muestra basta un botón”. Para mostrar lo que es un botón, puede ser... pero hay botones de plástico, de madera, de cerámica, de carey, redondos, cuadrados, y de gran variedad de colores, con lo que la muestra nos sirve sólo para encontrar uno igual, y nada más que para eso. Lo mismo pasa con los hombres y mujeres: gracias a Dios, no somos todos iguales.
Por cada desgraciado que nos metió los cuernos, puede haber un hombre fiel (o en su defecto, lo bastante discreto como para que no nos demos cuenta).
Por cada tirano que nos hacía planchar hasta las medias y nos exigía que tuviéramos la casa impecable, puede haber un compañero decidido a compartir con alegría las tareas del hogar.
Por cada desalmado que no se compadecía ni cuando nos veía caminar en cuatro patas de dolor o cansancio, puede haber un protector que nos lleve el desayuno a la cama, nos acomode las almohadas y nos haga masajes en los pies.
Por cada energúmeno que se agarraba a trompadas en todas las esquinas puede haber un caballero educado y cortés, amante de la paz y del consenso.
Puede haber. Las mujeres que han encontrado uno dan fe de que hay hombres así, de exposición, de esos para poner de adorno en la vitrina y mostrárselo orgullosa a las amigas.
Y es por eso, porque sé que hay hombres buenos, que al escribir ni libro elegí centrarme con humor en los problemas y dolores de las RS pero sin echar leña al fuego, sin malquistarla con los hombres y sin cargar las tintas sobre los defectos masculinos. Me pareció lo más saludable, porque en definitiva a lo que yo apunto es a que la mujer, entre sonrisas y carcajadas, haga una introspección y pueda descubrir qué le pasó, y por qué, y cómo puede hacer para superarlo.
Y es por eso que a mi libro deberían leerlo también los hombres: para entender mejor lo que nos pasa a las mujeres. No lo que nos inspiran ellos, sino lo que nos pasa a nosotras por dentro, con nosotras mismas, cuando nos separamos.

lunes, 15 de febrero de 2010

¿Hasta cuándo la recién separada es recién separada?


La Sole (no la que canta folklore, mi amiga) me pregunta en la fanpage del Manual de instrucciones para Recién Separadas en Facebook hasta cuándo va a ser una RS, y si después va a ser una separada más.

Buena pregunta. En mi libro sostengo que ser RS es un estado de ánimo, más que un estado civil. Es un sentimiento, algo que se vive con el corazón y con las tripas. Y la duración de ese sentimiento dependerá de inumerables factores internos y externos:

No es lo mismo separarse porque una dejó de amar y se decidió a dar el portazo, a que el portazo lo haya dado el otro y una siga enamorada.

No es lo mismo separarse flaca, joven, espléndida, profesional, sin hijos y con una fila de admiradores esperando en la puerta, que separarse gorda, cincuentona, celulítica, con hijos y nietos y después de haber sido ama de casa durante toda la vida. Aclaremos: hay de todo. Hay flacas de 30 divinas por fuera pero insoportablemente histéricas, y hay cincuentonas glamorosas, alegres y que cocinan como los dioses. Pero convengamos en que con los años una lleva las de perder.

No es lo mismo separarse rica que separarse pobre. La plata no hace la felicidad... pero sin plata todo es más difícil.

No es lo mismo un divorcio legal que deshacer una unión de hecho, en la que cada uno arma su valija y se va llevándose lo suyo y sin rendirle cuentas a nadie.

Sea cual sea la realidad de la RS, ahora está sola y sufre.

¿Y hasta cuándo va a sufrir? Hasta que descubra que todos los rótulos pesan y se decida a ser ella misma. Ni casada, ni soltera, ni viuda, ni divorciada: MUJER. Dueña y señora de su vida, esté o no esté en pareja.

Una puede ser madre, abuela, tía, hermana, hija, nieta, esposa, novia, amante... pero por sobre todo, es una persona única que puede, y debe, aprender a bastarse por sí misma sin depender afectivamente de nadie. Amar con toda el alma, sí. Depender del otro para ser feliz y sentirse viva, definitivamente no, porque no es saludable.

La vida tiene tanto para darnos, que no podemos quedarnos sentadas a esperar que un hombre nos dé todo ¡porque no puede, pobre!

sábado, 13 de febrero de 2010

La recién separada y el Día de los Enamorados

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Hace mucho que no escribo nada relacionado con mi libro, el Manual de Instrucciones para Recién Separadas, y me pareció que esta fecha nefasta para las mujeres solas era una buena ocasión para reafirmar su vigencia. La del libro, se entiende.

Llega San Valentín, o el Día de los Enamorados, y la RS queda desubicada como una heladera en el baño.

Mientras “los enamorados” festejan entre cajas de bombones, ramos de flores, tarjetitas cursis, ositos de peluche, CDs de Sandro y besos húmedos, la pobre RS no sabe qué hacer para no ver que a su alrededor todo el mundo se quiere mientras ella suspira, como dice el tango, mirando desde afuera y con la ñata contra el vidrio.

Mientras “los enamorados” inundan bares, restaurantes y hoteles exhibiendo impúdicamente su felicidad, la pobre RS no tiene donde sentarse a tomar un café sola sin sentirse miserable.
Mientras “los enamorados”, aunque sea de la boca para afuera y obligados por las circunstancias, renuevan con pasacalles y mensajes radiales promesas que al otro día olvidan (la de fidelidad, sobre todo), la pobre RS se siente una porquería, ignorada y abandonada...

Y todo porque nadie le dirá feliz día, ni le regalará nada, ni la sacará a pasear. Como si fuera la única; para que sepa, somos un montón, jóvenes, viejas, gordas, flacas, solteras, separadas añejas, viudas y hasta casadas, las que pasaremos en 14 de febrero sin pena ni gloria.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ratón de biblioteca

Un amigo que reniega de los blogs y que nunca se dignó visitar el mío dice que escribir en un blog es una forma de onanismo mental. Algo de razón tiene, aunque no es mi caso; si mi finalidad fuera sólo esa, escribiría todos los días la primera pavada egocéntrica que se me cruzara por la cabeza y listo.

Pero resulta que no, que no quiero hacer un blog en el que sólo cuente cómo amanecí, ni con quien pasé la noche, ni lo que almorcé, ni los eventos a los me invitan, entre otras cosas porque sería terriblemente aburrido contar que amanezco feliz, que el único ronquido que escucho de noche es el de mis perras, que mis almuerzos dejan mucho que desear en cuanto a creatividad y que no me invitan a ningún evento, salvo los cumpleaños de los amigos.

Cómo seré de reservada, que desde noviembre estoy trabajando en la biblioteca de Río Ceballos y todavía no escribí nada sobre eso. Y no por falta de ganas, aclaro, sino porque no consigo hacerme el hábito de sentarme a engordar el blog al menos una vez por semana, algo que mis pocos pero fieles lectores me reprochan de vez en cuando.

Les cuento, entonces, sobre la biblioteca.
El trabajo para el que me contrataron es muy específico: catalogar los libros, hacer el inventario en la computadora, en un programa especial para ese fin. Por cada libro que se ingresa hay que completar una ficha: título, autor, traductor, fecha y lugar de edición, editorial, ISBN, cómo ingresó a la biblioteca (canje, compra, donación) quién lo donó o lo compró, tema que trata, etc. Y como no todos los libros tienen los datos en el mismo lugar, ni tienen todos los datos, ni los tienen totalmente legibles, no es raro verme lupa en mano tratando de descifrar lo que mis pobres ojos no alcanzan a distinguir.

Para cualquier persona que no ame los libros, la tarea sería tediosa y mecánica. Para mí, que amo los libros, es como abrir la caja de Pandora y encontrar tesoros ocultos, de esos que uno ni sospecha que existían.

Detalles en los que jamás me había fijado, como la fecha y lugar de edición, ahora despiertan mi curiosidad y me veo asociando tal fecha con tal o cual acontecimiento, o elaborando una estadística mental sobre los libros que se editaron entre 1940 y 1950, o viendo qué tienen en común los de la década del 60, o poniéndome contenta cuando encuentro algún ejemplar muy viejo, de principios del siglo pasado, pero que está en perfectas condiciones.

Y ni qué hablar cuando me toca inventariar los de editorial TOR, por ejemplo, esos de hojas gruesas y tapas de papel finito impresos en una letra mínima, apretada, con el texto escrito a dos columnas: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Dickens... ¡si los habré devorado, de chica, heredados de mi papá, que los había comprado cuando era adolescente! Y los de Emecé, de las épocas gloriosas de los best seller de los años setenta, y las ediciones especiales de tapas duras de la década del 30, del 40, que pese a los años se conservan impecables... Y los libros de bolsillo con lo mejor de la literatura mundial...

La curiosidad, que a estas alturas ya roza la indiscreción, también me lleva a preguntarme, cuando encuentro una dedicatoria personal, qué habrá sentido el que recibió ese libro de regalo, si lo habrá leído o lo habrá dejado en un rincón, si le habrá gustado. ¿Y cómo fue que el libro llegó a la biblioteca? ¿Su dueño se murió, y los parientes lo donaron? ¿Lo donó el dueño, porque no le interesaba conservarlo? ¿Cómo alguien de la familia se puede deshacer de un libro dedicado al padre en el día de su cumpleaños, o dedicado a un hermano al que se admira profundamente, o a un amigo del alma?

La emoción de tener entre mis manos tanta vida se multiplica al mirar las estanterías repletas, los libros que están apilados en el piso o en cajas por falta de espacio, y pensar en las miles de historias que guardan. Las que están escritas en sus páginas, y las otras, las que no se ven y que jamás conoceré. Las historias de los sueños, las ilusiones, de cada autor. Las historias de sus dueños anteriores. Las historias, por último, de cada lector que se llevó el libro a su casa y lo leyó pensando vaya a saber en qué, emocionándose vaya a saber con qué párrafos, aprendiendo algo que no sabía, o simplemente disfrutando la lectura.

Pienso en las horas solitarias que habrán acompañado esos mismos libros que hoy pasan por mis manos, en los lugares por los que han andado, en las mesas de luz donde han descansado durante unos días, como viajeros que van de hotel en hotel, y ante mí se presenta un mundo más complejo, fascinante y misterioso que el de cualquier novela.

El olor a biblioteca, que me recibe cada mañana envolviéndome con su calidez, hace el resto. Y ahí está la Fernández sentada en una silla íncómoda, en la posición menos ergonómica que uno pueda imaginarse para trabajar en una computadora, con un atril improvisado con cartón y un broche de tender la ropa, y los dedos sucios de tierra pero feliz de la vida y dispuesta a terminar sus días catalogando libros, porque salvo que me echen, de acá no me voy.