jueves, 10 de marzo de 2016

¡Bienvenido a mi vida, Coaching ontológico!

El año pasado no escribí casi nada, a pesar de que me pasaron cosas importantes.
Es que a veces me ataca el complejo del escritor anómino y pienso: ¿a quién le importa lo que escribo? ¿A quién le sirve, quién lo lee? Y esas dos preguntas me quitan las ganas de escribir, me condicionan, porque lo que tengo para contar no me parece lo suficientemente emocionante o genial como para despertar el interés ajeno.  
El complejo del escritor anónimo. Se me acaba de ocurrir ahora esa definición, y creo que describe muy bien esa sensación de estar hablando o escribiendo para nadie que me agobia cuando me comparo con escritores famosos, esos que tienen blogs que leen miles de lectores. Bien hecho, eso me pasa por andar comparándome con los demás.
Sea como sea, lo cierto es que el año pasado, el 2015, fue un año intenso, que hubiera merecido muchos post en este blog. Pero no escribí casi nada, y ahora me encuentro con que sí quiero escribir y no veo cómo condensar en unas pocas líneas todo lo que viví, sentí y pensé, porque si me explayo el resultado será un texto demasiado largo para un blog, por más que sea el blog de una escritora.
Creo que voy a dividir todo lo que tengo para contar en varias entradas, así los que lean no se duermen ni se cansan y yo no termino con una tendinitis o una contractura en el cuello.
Primero lo primero. Desde abril a diciembre, cursé mi primer año de capacitación en Coaching ontológico. Dicho así, suena solemne pero da pie para que casi todo el mundo me pregunte: ¿coaching qué? ¿Odontológico? ¿Oncológico? ¿Qué es eso?
El entusiasmo me lleva a responder que es algo que le hace mucha falta al mundo, algo que te abre la cabeza, el alma, el corazón, que te hace descubrir cosas tuyas que no querías ver o no podías ver; es una disciplina con un potencial impresionante para mejorar la calidad de vida de la gente en todos los ámbitos, la familia, el trabajo, para ayudarla a concretar sus sueños, lograr sus objetivos, comunicarse mejor con los demás y construir vínculos más sanos; es una herramienta sensacional para mejorar el aprendizaje y potenciar la creatividad y la curiosidad...
El coaching es eso y  más, mucho más. Durante el primer año de capacitación, hay que ponerle el cuerpo para vivenciarlo y que se haga carne. No es fácil, porque implica salir de la “zona de confort”, ese espacio personal que a veces no tiene nada de confortable pero que nos resulta conocido y previsible. Cuesta abandonar la orilla, el terreno seguro, para meterse en aguas profundas y a veces oscuras. Pero vale la pena, porque después de atravesar tormentas uno puede llegar a encontrar una playa paradisíaca, con arenas blancas y suaves y un mar increíblemente azul.
Eso es lo que estuve haciendo en el 2015: navegando en aguas profundas, metiéndome adentro de mi propio ser, sorprendiéndome, asustándome o maravillándome con lo que encontraba en el fondo.  
Pero no estaba sola. Durante todo el tiempo estuve acompañada por otros navegantes tan inexpertos y temerarios como yo, y guiada por un equipo de profesores-coaches que nos contuvieron con amor y firmeza.
Fue el inicio de un viaje extraordinario que me cambió la vida, un viaje que recién empieza y que terminará cuando me muera. Un viaje de ida, siempre de ida, un viaje imprescindible para ser la mejor versión de mí misma y entregarle lo mejor de mí a quienes lo quieran recibir.
Durante el primer año incorporamos conceptos que nos llevaron al autoconocimiento y la transformación personal. Temas como el poder, el control, los enemigos del aprendizaje, el ego y sus trampas, el uso que hacemos del lenguaje y cómo influye en la comunicación, en las relaciones interpersonales y en los resultados que obtenemos (por citar sólo algunos, son muchos más), fueron desmenuzados con la mente y asimilados con el cuerpo, los sentidos, las emociones.
En el segundo año, aprenderemos a asistir a otros en su transformación y en el logro de sus metas, y reforzaremos el marco ético y filosófico dentro del que trabaja y vive el coach. Porque el coaching, más allá de ser una disciplina o una profesión, es también un estilo de vida.
Será un año intenso, de eso no hay dudas... Pero cuando uno le toma el gusto a la intensidad quiere más, quiere más desafíos, más preguntas, más respuestas, más oportunidades de ser útil y de contribuir a crear un mundo mejor.
¡Con mis compañeros vamos por todo, este año!  

Por hoy, suficiente. Después sigo contando qué más hice en el 2015, un año en el que escribí poco pero aprendí mucho...
Les dejo un video muy clarito de Elena Espinal, master coach, para que se entienda mejor que es el coaching y que hace un coach.


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