martes, 16 de octubre de 2007

¿No estaré vieja para hacer un blog?


Acabo de descubrir que una cosa es querer hacer un blog y otra es tenerlo ahí, frente a frente, esperando párrafos geniales que vaya a saber si alguna vez se me ocurren.

Pero bueno, acá estamos. Me presento. Para los que me conocen soy la GRA, una buena amiga con vocación de sicóloga, simpática, inofensiva, algo despistada, que escribe y que en 1998 tuvo sus cinco segundos de fama cuando Ediciones del Boulevard le editó su “Manual de instrucciones para Recién Separadas” y lo vio en las vidrieras. Y que cada tanto tiene una alegría, cuando sale algún cuentito suyo en La Voz del Interior, o en otra parte. Porque últimamente mis alegrías se limitan a eso, a que me publiquen algo, pero no voy a dar más detalles porque no pienso hablar de mi vida íntima.

Para los que no me conocen, soy una señora bien conservada con cara de yo no fui, que anda por la vida como pidiendo permiso, que a veces parece antipática o distante y a la que cuesta imaginar en situaciones pecaminosas, digamos. Esta primera opinión suele durar poco, porque enseguida me hago querer.

Me gano la vida como correctora de textos independiente, trabajo que realizo en la paz de mi hogar cuando tengo a quien corregir; caso contrario, la ansiedad por la falta de trabajo me impide concentrarme en hacer algo productivo, y mucho menos en escribir. Menos mal que para equilibrar las neuronas, y el bolsillo, soy asistente part – time de Cristina Bajo y a veces también de Cristina Loza, dos grandes de las letras cordobesas. Todavía no me explico cómo sobrevivo sin apichonarme a la fama de ambas, que no es tarea fácil. Otro día les cuento.

Ahora vamos a hablar de porqué este blog. La idea es desnudar mi alma (suena re cursi, pero no importa) para mostrarles las ilusiones, logros y fracasos de una mujer que escribe y busca su propio espacio, que quiere editar su segundo libro y no encuentra un editor que se arriesgue, que sueña con ser best seller... y que no sabe cómo hacer para escribir si el día tiene 24 horas y hay que destinar 8 al descanso, 8 al trabajo (¡ojalá fueran 8, nada más!) y las 8 que quedan a limpiar, lavar, cocinar, ir, venir, llevar, traer, ponerle la oreja a quien quiera hablar personalmente o por teléfono, hacer las compras (con el agravante de que cuando menos plata tiene uno, más demora en elegir en qué gastarla...), y tratar de inventarse algún trabajo extra para redondear el presupuesto. Y que encima se pone a hacer un blog sin tener la más pálida idea de cómo se hace.

Ya sé que este comienzo no fue brillante, pero fue honesto. Veré si en las próximas entregas puedo seguir siendo honesta, pero un poquito más glamorosa, digamos...