sábado, 20 de junio de 2009

Oposición de utilería

Como suele suceder en tiempos preelectorales, todos los días recibo varios mails apocalípticos que, debo confesar, a veces reenvío, y que pretenden alertar a la ciudadanía sobre los siguientes temas, a saber:
-Posibles fraudes antes, durante y después de los comicios.
-Las fechorías que cometen, cometieron o cometerán los candidatos y gobernantes.
-El turbio pasado y el presente quasi mafioso del matrimonio presidencial y sus secuaces, que se están quedando con medio país.
-Lo mal que estamos los argentinos, lo mal que funciona todo culpa de los K: el transporte, la justicia, la educación, la salud.
-La connivencia entre el narcotráfico, la justicia, la policía y las autoridades de turno.
-La hecatombe que tendrá lugar si el oficialismo pierde: huída hacia Venezuela (donde la espera Chávez con los brazos abiertos y la cama perfumada) de la presidenta y su gabinete; el dólar disparándose hacia la estratosfera como el fallido cohete de Menem; piqueteros y hordas de militantes K destruyendo todo a su paso. Una versión de bolsillo del Apocalipsis, de esas que ya no asustan a nadie. Versión presidencial de la misma hecatombe: si no logran conservar la mayoría en el Congreso, la gobernabilidad, la estabilidad, la productividad y la paz social estarán en riesgo.
-Lo que nos espera si el oficialismo gana: un Congreso servil, la continuidad de los superpoderes, la soberbia K elevada a la enésima potencia, y la expropiación por parte “del zurdaje” (sic) de patrimonio y cuentas bancarias de empresas y particulares. (Ja, como si sólo el “zurdaje” hiciera esas cosas: ¿Y la Circular 1050 de Martínez de Hoz, que de zurdo no tenía un pelo, que dejó a medio país en pampa y la vía, incluido mi viejo? ¿Y el corralito? ¿Y lo que hizo Menem con los depósitos bancarios? Qué mala memoria tienen algunos...)

Volvamos a lo nuestro. Cientos de textos agoreros, quejumbrosos, maquiavélicos, absurdos, tirando a golpistas, ingenuamente bienintencionados, solapadamente malintencionados o delirantes circulan por el ciberespacio argentino; todos tienen un trasfondo de verdad, o dicen verdades grandes como una casa, pero no hacen más que embarrar la cancha sin aportar soluciones y eso los invalida, les quita seriedad. Porque una cosa es ser opositor, y otra ser “anti”.

Un “anti” es alguien que está en contra. Una cosa es ser miembro de un partido, de cualquier partido, y tener opiniones e ideas distintas, y otra es ser “anti”: antiperonista, antiradical, antisocialista, anticonservador, antiliberal, y desde que nos gobiernan los K, antikirchnerista. Ser “anti” es visceral, es como los gases intestinales. El “anti” primero se opone, por si las moscas. El “anti” patalea, se enrosca en su bronca, se parapeta en sus prejuicios, y desde ahí muestra los dientes y grita: ¡No! El “anti” resta: quiere que el otro desaparezca, no le interesa escuchar ni informarse, es el dueño absoluto de la verdad. Buena parte de nuestro pueblo es “anti”. La mayoría de las alianzas políticas, y de los políticos, son “anti”. Nuestra presidenta, es “anti”; su marido también. A estas alturas, creo que casi todos somos “anti”. De otra manera no se explica que nos cueste tanto encontrar un modelo de país que nos sirva a todos, y que sigamos, como dice el proverbio chino, pensando para un año y sembrando arroz, en vez de pensar para cien y plantar un árbol.

El opositor, en cambio, debería ser alguien que circunstancialmente, o por principios, o porque ve las cosas de otra manera, está en contra de una medida o idea puntual (las retenciones al agro, el tren bala) y no de la persona, fuerza o institución que lo propone o ejecuta. Esto le daría la posibilidad de aportar soluciones, de buscar salidas, de intentar consensos. El opositor debería sumar, y pensar a largo plazo. Debería estar ávido por depurar las instituciones, sí, pero sin diezmarlas; debería bregar por un país próspero, con superávit, sí, pero con las cuentas públicas (y las de sus gobernantes) ordenadas, y a disposición de quien las quiera ver.

El “anti”, es. El opositor, debería ser. El uso del verbo en condicional, “debería”, no es casual, porque, acá entre nosotros y en confianza... ¿Hay en nuestro país algún opositor de pura cepa?
¿O somos todos una manga de “antis”, de contreras?

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