lunes, 16 de agosto de 2010

Libros eran los de antes

Ya lo había notado hace mucho, pero desde que trabajo en la biblioteca lo confirmo todos los días: muchos de los libros que se editan actualmente se deshojan como margarita de enamorado con la segunda lectura... y a veces, con la primera.
Bueno, lo de actualmente es un decir. Digamos que a partir de la década del 70, las ediciones empezaron a perder calidad. Recuerdo varios best seller de aquellos tiempos que pasaron por mis manos; cuando los quise releer, las páginas se iban despegando una tras otra y tenía que hacer malabarismos para que se mantuvieran en su lugar. Y no los habían hecho en imprentas de barrio: eran de grandes editoriales. Igual que ahora. Si yo tuviera una editorial me daría vergüenza vender libros descartables, por más ediciones de bolsillo que fueran.
El viernes ingresé en el inventario de la biblioteca un libro editado en 1886. Hace 114 años. Estaba impecable: hojas claras y sin manchas, tapas duras con relieves dorados, letra de trazo fino, muy legible, y la encuadernación cosida era un lujo. ¿Cómo puede ser que hoy, cuando se supone que los avances tecnológicos nos permiten hacer las cosas mejor que antes, las editoriales nos vendan porquerías, libros que no se pueden prestar en una biblioteca pública porque literalmente se desarman?
Tengo en casa, y hay a montones en la biblioteca, libros de ediciones económicas de los años 40, ó 50 que, aunque tienen las páginas amarillas y la letra muy chica, no han perdido una sola hoja porque las tienen firmemente cosidas. Llegará el día en que ya no se los pueda leer, pero morirán enteros. En ese formato de tapas frágiles y papel ordinario se editaron los mejores títulos de la literatura universal, poniéndolos al alcance de los bolsillos más humildes.
¡Con cuanto orgullo esas editoriales ofrecían una edición semanal, apenas por unos centavos! Hoy, en cambio, los libros están cada vez más caros, y bajo la pretenciosa calidad de sus tapas a todo color se esconde un producto que en menos que canta un gallo irá a parar a la basura porque estará tan deteriorado que no valdrá la pena conservarlo, y que no tendrá arreglo.
Triste final, sobre todo para un libro. Y pobres de nosotros los autores, porque salvo que consigamos ser famosos como Borges y que se nos siga reeditando, nos perderemos en el olvido más absoluto sin que nadie tenga la posibilidad de descubrirnos, dentro de diez años, o de veinte, o de cien, en algún estante olvidado.

1 comentario:

  1. Coincido plenamente con vos en lo que contás acerca de la calidad de las ediciones modernas (con las excepciones de rigor), y en mis reseñas suelo referirme a veces a ese aspecto, sobre todo si el asunto clama al cielo, como pasó por ejemplo con la edición conmemorativa de "Cien años de soledad", nada menos que endosada por la Real Academia de la Lengua.
    Qué vergüenza, como bien decís. Ah, y gracias por el hipervínculo sobre la mención de mi persona en tu post acerca de dónde encontrar libros especiales. Una dirección muy valiosa es la de los libreros de viejo españoles, a la que entretanto han adherido muchos latinoamericanos y de los Estados Unidos. La direccíón es:
    www.iberlibro.com

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