No soy de engancharme con los juegos y propuestas de
Facebook, pero cuando hace un tiempo una amiga me invitó al desafío de
pensamientos positivos me sumé sin pensarlo dos veces.
La consigna era sencilla: durante siete días, había que publicar
tres pensamientos positivos relacionados con las cosas lindas o buenas que
hicimos o que nos pasaron cada día.
El primer día, cuesta un poco. Generalmente, uno está más
pendiente de lo negativo, de lo que no funciona como debería, del entorno, del
país, de la política, de las carencias, y hasta considera superficial o egoísta
conformarse con sus pequeñas felicidades cuando en el mundo pasan tantas cosas
tristes, dolorosas, aberrantes: injusticias, guerras, miserias.
El segundo, cuesta un poco menos. Un empieza a entender de
qué se trata y está más perceptivo, más abierto a descubrir esa experiencia
agradable que le alegró el día.
Para el séptimo y último día del desafío, uno se sorprende
al ver cuántas cosas buenas le pasan todos los días sin que se dé cuenta, y a
veces sin registrarlas como tales. Cosas que consideramos naturales,
previsibles, merecidas, pero que de pronto, vistas desde otra óptica, vemos que
son dignas de festejar.
Cosas tan simples como el sol, la lluvia, el aire fresco de
la noche después de un calor agobiante, el canto de los pájaros, un encuentro
con amigos, una satisfacción en el trabajo, el haber podido ayudar a alguien,
la sonrisa de un hijo, recuperan gracias a un simple juego su verdadera
dimensión y descubrimos, o comprendemos, que el mundo sigue ahí con sus
miserias, sus guerras, sus injusticias, pero en medio de ese caos hay un
universo personal en el que podemos elegir cómo vivir, cómo sentirnos, a qué
darle importancia y a qué no…
Y es un descubrimiento grandioso, maravilloso, que nos
empodera y nos vuelve más sensibles, más abiertos, más plenos.
Me levanto y voy al baño a ducharme. Abro la canilla, sale
agua caliente, me enjabono, me seco. ¿Puedo considerar mi ducha matinal algo
tan grandioso como para celebrarlo? Sé que muchos responderán que no, que así
debe ser, que cuando uno abre la canilla DEBE salir agua, que es un derecho,
que pagamos por ella y que así funcionan las cosas. Pero hay tanta gente que no
tiene agua, que esa ducha matinal con agua caliente es un lujo. Y la celebro
como tal, y siento el agua, y agradezco tener un baño con azulejos en las
paredes, y tener jabones perfumados, y shampú, y toallas, aunque no sean nuevas
y estén algo ásperas de tanto usarlas. Lo agradezco; es valioso, mucha gente no
lo tiene.
Salgo de casa y camino hasta mi trabajo. Son pocas cuadras,
hay sol, cantan los pájaros, y me siento feliz de estar aquí, en este pueblo — ciudad tan bello y querido
para mí. Para otros habitantes es apenas una ciudad dormitorio, e incluso, como
dicen algunos, “un pueblo de mierda” en el que nada funciona bien, en el que
hay calles de tierra intransitables, obras públicas mal hechas y funcionarios
inútiles. Algo de eso hay, no lo niego. Bastante. Pero es mi lugar en el mundo,
y lo amo, y valoro todo lo bueno que tiene, que para mí es mucho más que lo
negativo.
Cuando comencé el desafío de pensamientos positivos me
sentía desanimada y triste: hacía poco que habíamos llevado a mamá al
geriátrico y ese había sido un golpe muy duro, difícil de asimilar, y había
otras cosas dentro mío que tampoco estaban bien, dudas, miedos, culpas, ansiedad,
desmotivación, desvalorización… Yo soy optimista por naturaleza, soy de ver el
lado positivo de la vida, pero cuando caigo en un bajón siento que se me
cierran todas las puertas de golpe, y me encierro en mí misma. En ese estado,
no era fácil encontrar “felicidades” como para publicar. Las tuve que buscar
con lupa. Pero aparecieron, y una vez que encontré la primera, chiquita,
modesta, el resto vino solo y mi ánimo cambió como por arte de magia.
No jugué a ser feliz, no me inventé felicidades que no
tengo. Simplemente volví a redescubrir y valorar, una vez más (y van tantas…)
las pequeñas grandes cosas buenas que tiene la vida. Que son muchas y que están
ahí, al alcance de la mano, esperando que las sepamos ver y las disfrutemos.
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