Si hay un espacio virtual donde las miserias y grandezas de
la vida conviven al desnudo y sin anestesia, ese espacio es Facebook.
Facebook es un gran “Cambalache” igual que el del tango, donde
el chisme feroz y malicioso, la violencia verbal, la agresión gratuita, el
fanatismo, la intolerancia, la discriminación, se muestran, o mejor dicho se
ostentan, con una total falta de respeto por el otro, el que mira, el que lee. Ese
otro que de repente, y sin comerla ni beberla, siente que le cae encima una
gran montaña de mierda verbal. No se me ocurre un término más preciso, ni más
gráfico, que ese: mierda verbal. Basura salida de cerebros pequeños, mezquinos,
alojados en la cabeza de personas que no tienen nada mejor que hacer con sus
vidas que vomitar inmundicias, maledicencias, sospechas, prejuicios.
Facebook es un gran ventanal sin cortinas desde el que se exhibe
la intimidad sin pudor, y sin tener en cuenta el riesgo de mostrar todo lo que
uno tiene y lo que uno hace: con quien se acuesta, con quien se emborracha, con
quién se va de vacaciones, a quién odia y a quién ama.
Facebook es un gran escenario en el que se representan vidas
de mentira, sentimientos de mentira: todos somos “amigos”, como si bastara con
mirar cómo vive el otro y mostrarle como vive uno para ser amigos.
Facebook es un gran depósito lleno de mensajes y respuestas
sin filtro, de pseudo discusiones donde la sinceridad es tan brutal que se
convierte en grosería y donde es muy difícil ponerse de acuerdo.
Facebook es un enorme catálogo de banalidades y estupideces.
Facebook, o mejor dicho lo peor de Facebook, es nefasto, y
hace que más de una vez me den ganas de cerrar mi cuenta y volver al anonimato.
Pero Facebook también tiene cosas buenas, como la vida.
Ahí están los amigos de siempre y los nuevos, y la familia,
y vemos las fotos del cumpleaños al que no pudimos ir porque la prima vive a
cientos de kilómetros, y vemos al bebé que tuvo el otro primo, que también vive
lejos, y sabemos en qué andan esos parientes o amigos que viven en otros países,
en otros continentes.
Ahí están los ex compañeros de curso, con los que formamos
un grupo privado para compartir recuerdos, fotos, y concertar encuentros. Y los
ex alumnos de nuestro colegio, con los que formamos otro grupo en el que las
distintas promociones publican fotos, comentan, todos unidos por el recuerdo
común de aulas, profesores, cenas de egresados…
Ahí están los grupos o páginas sobre intereses afines a los
nuestros: ecología, manualidades, arte, política, espiritualidad; pequeñas o
grandes comunidades en las que encontramos contención, apoyo, entretenimiento.
Ahí están las grandes causas, los aventureros que seguimos
en sus viajes por el mundo, los idealistas con sus mensajes de paz y amor que
siempre son bienvenidos.
Facebook es maravilloso, cuando quiere. O mejor dicho, cuando
nosotros queremos y ponemos nuestro granito de arena para que así sea.
¡Cuánto se puede hacer con Facebook! Se pueden organizar
marchas, manifestaciones, encuentros, debates, se pueden buscar y encontrar personas
y animales perdidos, se pueden conseguir dadores de sangre, se puede ofrecer o conseguir
trabajo, se puede divulgar información seria, se puede pedir y recibir ayuda,
se puede concientizar a mucha gente sobre tantas cosas… que es una lástima que
todo ese potencial se diluya entre la porquería y la pavada.
Hace dos años, fue gracias a Facebook que en mi cuidad
logramos frenar la venta de terrenos en la Reserva Hídrica La Quebrada, un
lugar donde las leyes dicen que no se puede desmontar ni construir. Un vecino
publicó una foto del cartel en el que aparecían detalles del loteo y el nombre
de la inmobiliaria que lo comercializaba, y en pocas horas, compartiendo esa
publicación logramos que muchísimos vecinos se enteraran de lo que estaba
pasando, que se enteraran los medios de prensa, y que las autoridades se vieran
obligadas a dar explicaciones. Enseguida también se formó un grupo abierto para
planificar actividades y difundir información. Y fuimos por más: conseguimos
casi 2000 firmas para presentar ante las autoridades, presentamos un recurso de
Amparo Ambiental… Todo gracias al puntapié inicial de una foto publicada y
compartida en Facebook contra reloj, porque el tiempo apremiaba.
Esta movida es un claro ejemplo de lo que se puede lograr
con Facebook, cuando se lo utiliza bien. Es útil, sirve, le sirve a la gente y
a la sociedad. Y podría servirnos mucho más, si hubiera más usuarios de la red
dispuestos a aprovechar su potencial y a separar la paja del trigo.
No digo que esté mal entretenerse en las redes sociales,
todos lo hacemos. Pero sería bueno que además aprendiéramos a usarlas con
responsabilidad, aprendiéramos a tener códigos, a respetar al otro, a debatir
sin insultar, a dejar de lado los chismes vacíos, a divulgar la información
importante en lugar de ponerle “me gusta” y nada más, como hace la mayoría.
Es por eso que, a pesar de que a veces me saque de quicio, sigo
dándole un voto de confianza a Facebook: porque comprobé su poder de
convocatoria en favor de las grandes o pequeñas causas. Ya sea para encontrar
al dueño de un perro perdido o luchar contra la trata de personas, Facebook es una
buena herramienta, sencilla de usar y con un efecto multiplicador que puede ser
impresionante. Y darle un uso más consciente, más comprometido, vale la pena.
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